Cada religión tiene muy en claro los dogmas en los cuales se fundamenta, pues desconocer sus bases es creer a ciegas, en un sin sentido. Aunque no exista manera de comprobar ciertas verdades de fe, el verdadero cristiano debe hacer de su vida, un reflejo de estas bases religiosas de manera auténtica.
El amor propio y hacia el prójimo
El amor propio y hacia el prójimo quedan expresados claramente como un mandato, emanado del mismo Jesús, quien resumió en ello los diez mandamientos: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.” Mt 22, 36-40.
El amor a Dios es fundamental, pero no se puede decir que, un cristiano pueda amar a Dios que no le es tangible pero que no ame ni perdone a su hermano. Se hace énfasis en ello desde el antiguo testamento, cuando Dios da la instrucción de no hacer sacrificios mientras estás disgustado con tu hermano.
Cristo además demuestra su amor propio, al mantener firmes sus convicciones y actuar según su personalidad, pese a las presiones sociales. Así pues, deja una enseñanza acerca del valor personal y reconocer en el otro su propio valor.
La esperanza de la resurrección y el misterio eucarístico
Ambos conceptos van de la mano: el misterio de Jesús presente en la partición del pan y el vino en la celebración eucarística, que tanto católicos como protestantes practican. Es además un recordatorio de cómo Jesús, murió y efectivamente, resucitó para darnos la participación en la vida eterna.
El perdón, el amor, la resurrección y el misterio eucarístico son conducentes al amor de Dios, por ello son las bases del cristianismo: es el sustento de la predicación de Jesús mientras estuvo entre nosotros hace ya dos mil años.